El amor como bien de consumo
El amor ha sido siempre objeto de historias y leyendas en las que se daba a entender que se trata de una fuerza casi superior que consigue mover los espíritus, cambiar los destinos, romper las barreras. Desde la épica de los dioses griegos o nórdicos hasta la literatura romántica, el amor ha estado siempre presente, en ocasiones desde un punto de vista más práctico, e incluso político (unificar reinos o lograr acuerdos comerciales) hasta un punto de visto enfermizamente desesperado como el de los mal llamados héroes románticos -¿qué heroicismo tiene perder el mundo de vista por un amor incompleto?
Se opine como se opine sobre el amor, lo cierto es que su existencia ha sido clave en la Historia con mayúsculas, pero sobre todo en la historia en minúsculas. Las relaciones han permitido sobrevivir crisis, han generado un concepto social tan fundamental en el desarrollo humano como la familia y han permitido la reproducción de la especie, toda vez que el ser humano comenzó a organizarse de forma clánica y creó herramientas para asegurarse la reproducción en un entorno seguro.
En resumen, y sin ánimo de sonar cursis, en el nombre del amor se han hecho muchas grandes y pequeñas cosas que han garantizado la existencia del ser humano y han contribuido, de forma a veces crítica, a la evolución de la civilación.
Es innegable que, a partir de cierto punto histórico, el amor dejó de ser “inocente” para convertirse en una herramienta más de dominación y de control. La familia dejó de ser solamente un elemento organizativo para, a menudo en el nombre del amor, convertirse en un lugar de represión y dominio. De hecho, por amor se cometen miles de asesinatos en todo el mundo sin que nadie sepa realmente de qué amor se puede tratar para llegar a mataral ser amado.
El amor se ha usado como estrategia publicitaria y como arma para el adoctrinamiento. Muchas son las teorias feministas que muestran que historias de amor como las de los cuentos tradicionales (la mayoría de autores masculinos) o de las historias de Disney han contribuido a dibujar un perfil femenino débil y volátil y han llevado a millones de niñas a generar expectativas sobre el amor falsas, inalcanzables o muy alejadas de la construcción de un sentimiento entre dos seres humanos.
Amor etiquetado
Creo que nadie puede describir qué es el amor porque es un sentimiento tan indefinido y tan particular que probablemente sea una cosa distinta para cada persona, pero el hecho de que durante siglos se haya hecho un esfuerzo por explicarlo, acotarlo y dotarlo de reglas ha generado esa incongruencia en la que se encuentran muchos humanos cuando se enfrentan a él: saben qué es lo que les han contado, pero no se parece en realidad a lo que sienten o a lo que viven.
Una vez más, los humanos en nuestro esfuerzo por entender el mundo hemos optado por clasificar y regular lo que es inclasificable e irregulable. Más allá de las consideraciones químicas y biológicas por las que se ha intentado “cientificar” el amor, como sociedad hemos intentado etiquetar y empaquetar un sentimiento que dificilmente será igual entre dos humanos, porque al final forma parte de nuestra esencia, esa que desde Descartes hasta Husserl nadie ha sabido realmente definir pero en la que prácticamente todos coinciden en remarcar su fundamental carácter libre.
Es osado, como somos osados, generalmente, los humanos, intentar homogeneizar ese sentimiento cuando ni siquiera podemos homogeneizar qué somos realmente los humanos, pero es el signo de nuestro tiempo: dotemos de muchos adjetivos serios y profundos a aquello que no logramos entender para que quede etiquetado y clasificado y así dé menos miedo.
Una vez clasificado y etiquetado, el siguiente paso en nuestra loca carrera por controlarlo todo es convertirlo bien en datos, bien en un objeto de consumo (o ambas cosas a la vez). Nuestra mentalidad capitalista y practicista no puede dejar un sentimiento por ahí descarriado transformando el mundo sin orden y sin control. Y menos si puede monetizarse.
Al amor le ha pasado lo que a algunos alimentos, que cuando la situación productiva era complicada y eran difíciles de conseguir se consideraban alimentos de lujo -como la carnen en España no hace tanto- pero que, en cuanto el sistema productivo es capaz de crearlo en masa y darle categoría de objeto de consumo, se convierte en algo desprovisto de valor.
De la misma manera que la carne, y la metáfora no es baladí, ahora se produce tanto amor que nadie lo valora en su justa medida. De hecho, la carne ha superado ampliamente en importancia al amor. O mejor dicho, el amor se ha convertido en carne. Y no se ha tratado de una evolución social inocente, sino que se ha gestado a propósito, siendo consciente de las ventajas que supone social y económicamente que sexo y amor se confundan o incluso que el primero supere al segundo.
Amor mercancía
El amor se ha devaluado por muchos motivos. En primer lugar, porque la obsesión con describirlo lo ha simplificado hasta la risión. También porque esa descripción se hizo, muy a menudo, sin tener en cuenta a todas las partes y con una finalidad economicista. No se describió el amor desde el punto de vista de la mujer sino al revés, se intentó describir (o crear) la personalidad de la mujer desde el punto de vista de un amor construido por el hombre. No hay que olvidar que cualquier clasificación y etiquetaje se ha hecho siempre desde la posición social y económica dominante. La gestión del amor y de su concreción social no se ha hecho de forma colaborativa ni por sedimentación, sino que se ha construido conscientemente desde las capas del poder. En muchos casos, como en China o la Unión Soviética, la concreción del amor se ha hecho con fines políticos y demográficos. (1)
El amor, en el caso del hombre, se ha constituido como herramienta de dominación y de reafirmación masculina. El hombre enamoradizo, es decir, el hombre que tenía un acercamiento al amor más similar al que se había construido para las mujeres, se ha considerado débil y digno de desconfianza. Ni siquiera aquí, de hecho, especialmente aquí, se ha promovido un abordaje igualitario, cuando parecería razonable pensar que a géneros de la misma especie, este sentimiento que va más allá de lo orgánico debería afectar de la misma manera.
Por su misma naturaleza inclasificable y por su tendencia a empoderar a las personas, en ocasiones, capaces de hacer por amor cosas que no harían por nada más, dejar libre al amor era un auténtico peligro.
Era un ingrediente demasiado poderoso para no someterlo a las leyes del mercado. Si bien el sexo lleva siglos convertido en un negocio, parecía que nadie se había atrevido aún a convertir el amor en mercancía. Pero ya ha llegado ese momento.
Con la aparición de internet llegó la herramienta ideal para poner el amor en el mercado. Empezó, como siempre comienzan estas cosas, de forma inocente, con pequeños chats en el que unos usuarios early adoptersdescubrían a otros semejantes y lo hacían fuera del mundo real, pero con la candidez de lo nuevo y las herramientas estilísticas del mundo real. No se trataba de una sustitución de la realidad sino de una extensión. Pero siguiendo la evolución del propio internet, el amor se acabó conviertiendo en pingües beneficios para empresas que bajo la premisa de “ayudar a encontrar el amor”, lo han transformado en un producto de acceso masivo, y por tanto, como decíamos previamente sobre la carne, que ha perdido todo su valor y se ha convertido en otra de las muchas cosas con las que mercadear.
Esto especialmente grave si estamos hablando de un sentimiento -no algo físico, palpable- y de que en el momento en el que este sentimiento se pone en el mercado, no sabemos absolutamente nada de su funcionamiento no biológico ni tenemos capacidad de describirlo. Es grave porque lo único que se ha hecho hasta ahora ha sido llenarlo de etiquetas e instrumentalizarlo socialmente, política y económicamente. Y esto, que desconocemos realmente qué es y cómo funciona y que no sabemos si se puede considerar homogéneo en todos los humanos, está en el mercado. En grandes supermercados online en los que los usuarios pueden seleccionar a otros usuarios desde la superficialidad de la imagen.
Amor packaging
Hemos convertido el amor en un packaging. Si te atrae lo que ves, compras, independientemente de lo que contenga el paquete. La sorpresa vendrá después, al abrirlo. Y como la sorpresa tiende a no ser agradable, el recurso de supervivencia que ha desarrollado el ser humano es despreciar el sentimiento y usar lo comprado como un instrumento de placer. En resumen, este tipo de plataformas han reducido el amor a un elemento utilitarista. Es la victoria del reduccionismo para luchar contra el temor a lo desconocido. Es la victoria de la productividad amorosa, del resultadismo romántico.
Qué práctico resulta saltarse toda la parte de la seducción, el esfuerzo, el sufrimiento, el desasosiego e ir directamente al premio, a la satisfacción, al placer.
Y aunque así descrito parece terrible, es el signo de los tiempos. Siguiendo las teorias de Byung-Chul Han y de la sociedad de la transparencia, en la que solo se permite un enfoque positivo de las cosas y se desprecia cualquier acercamiento a la infelicidad, el amor por internet es una solución perfecta porque promueve eso, alcanzar solo la felicidad, sin pasar por las casillas del dolor que va ligado al sentimiento amoroso.
Al romántico, pero no solamente. El buscador de “amor” por internet huye del desarrollo del sentimiento. No quiere problemas, no quiere dolor, no quiere malestar. Quiere pasar fotos y más fotos, conocer a una persona y en un brevísimo periodo de tiempo haber establecido las reglas del juego de esa relación que, fundamentalmente, son no implicar su esencia en ella y limitarla a un disfrute placentero. Obviamente, no hay problema moral en eso si ambas partes están de acuerdo. El problema es que la popularización de la búsqueda de amor por internet ha provocado que buscarlo por otra vía sea cada vez más complicado en la sociedad occidental. Resulta tan cómodo y conveniente, que cada vez quedan menos humanos dispuestos a aventurarse en una relación cargada de incertidumbre.
Como renunciamos al dolor, renunciamos al amor. No voy a decir al auténtico, porque nadie sabe qué es el amor auténtico, pero lo que sí sabemos es que en el mundo de las emociones resulta prácticamente imposible estar siempre en el lado bueno. Cualquier tipo de herramienta que nos pretenda vender solo el lado bueno de un estado sentimental nos está conduciendo al engaño, o nos está proporcionando una emoción procesada, y por tanto, cargada de impurezas, mensajes e intereses que no hacen más que deformarla y, una vez más, convertirla en un producto fácilmente consumible y monetizable. Nos venden, eso sí, algo que cumple con nuestras expectativas.Pero, ¿quiénnos ha generado esas expectativas?¿Son razonables?
Convertir el amor en sexo (instantáneo)es reducirlo hasta una simplicidad fácilmente comprensible por cualquiera.
El sexo es inteligible, el amor no. El sexo se entiende fácil, se puede cuantificar, incluso puedes convertirlo en un ranking. No pocas personas tienen su propia lista de gente con la que han practicado sexo. Una sociedad que quiere renunciar al sufrimiento y al dolor, a la incertidumbre, se siente cómoda en una simplificación así. Quiero placer-lo pido-lo obtengo.
Quedo satisfecho y puedo continuar mi vida sin que en mi mente se queden un montón de dudas y preguntas. Y como premio suplementario tengo el éxito que va ligado a aquellos seres con vidas sexuales activas. El prestigio del follador (que, poco a poco y no sin dificultad, se está también transmitiendo a la población femenina).
El prestigio follador es un argumento de venta.
A las empresas que viven de nuestros fracasos amorosos en la vida real, las que nos venden placer rápido y desprovisto de sentimientos, les interesa que se alimente el prestigio del follador. ¿Qué harían si todos ordenáramos nuestra vida romántica? Su negocio colapsaría. Por tanto, desde todas las plataformas al alcance se alimenta ese imagen del hombre triunfador rodeado de mujeres. En las series, en las películas, el hombre que triunfa es el que triunfa en el amor seductor y sexual. Raramente la situación es inversa. Podrían alimentar el mito de la mujer que triunfa porque arrasa en el sexo. De hecho, ganarían un 50% de clientela, pero no les interesa. Porque eso supondría empoderar al a mujer. Y porque, probablemente, la mujer empoderada, en lugar de caer en la redes de adoptar un enfoque del sexo parecido al de los hombres, trataría de imponer un enfoque del amor distinto e igualitario, de compañeros y no de dominante y dominado, un modelo que no necesariamente implicara un consumo sexual superficial y mercantilizado. Un modelo que limitaría enormemente el futuro de su negocio.
Amor algoritmo
El modelo del amor sin dolor, de la recompensa aséptica de placer casi instántaneo tiene otras ventajas para el modelo económico. Un humano que constantemente tiene citas es un excelente consumidor de muchas cosas. De restaurantes, de ropa, de perfumes, de preservativos… Es un ser consumidor y consumido, alguien que, atrapado en la esclavitud de la “necesidad” de triunfar en el amor indoloro pierde la libertad que piensa que precisamente esa forma de vida le otorga.
La libertad de acostarse con quien le apetezca, sin ataduras, le está quitando la libertad de elegir y de vivir.
La de elegir, porque en este tipo de plataformas, la selección de las posibles parejas va vinculada a algoritmos que poco tienen que ver con el instinto y la pulsión característicos de la infatuación amorosa y, la de vivir, porque la exigencia a la que se ve sometido le obliga a una tensión constante. La tensión de ver si ha recibido un mensaje, las horas perdidas seleccionando fotos y, en el remoto caso de que un día encuentre un perfil que le parezca perfecto y decida atreverse a ir más allá del simple sexo por conveniencia, la angustia de pensar si esa es realmente la persona perfecta y sino estará perdiendo oportunidades mejores en el enorme supermercado del amor. Porque la sociedad que no quiere sufrir busca la perfección, pero ¿y si lo que consideras perfecto puede ser superado por otro elemento de la inmensa oferta a tu disposición?Sin duda una invitación para seguir navegando y buscando, pasando por encima de los sentimientos generados hacia la otra persona. Un círculo vicioso perfecto que mantiene el engranaje del negocio del amor.
Por último, y no menos importante, el sistema de búsqueda de amor en el supermercado virtual de carne tiene un segundo satisfactor: Nos tiene entretenidos. Distraídos pasando fotos y esperando mensajes, nuestra atención no se centra en otras situaciones de nuestro alrededor. Esclavos de la satisfacción inmediata de nuestro placer o nuestra reafirmación personal en la forma de muchos matchs y crushes, nuestra mente está lo suficientemente ocupada como para que pasemos por alto algunas de las situaciones de desequilibrio de las que somos parte activa y pasivamente en la sociedad. El amor clásico, el que se aleja del supermercado virtual, aunque también nos distrae acaba formando un vínculo con otra persona, con la que ya son dos juntos unidos por algo (por ejemplo, una reivindicación o una lucha que se considere valiosa). El amor del match crea micro vínculos momentáneos que no hacen sino contribuir a la individualización. Divide et impera
(1) Más información sobre cómo se usaron las relaciones sentimentales y la liberación sexual femenina en la antigua URSS en Abbà, Luisa, Ferri, Grabiella et al. “Explotacion y liberación de la mujer”, Colectivo, Colección Beta, Barcelona 1972